Introducción
Alí Bey el Abassí, o Domingo Francisco Jorge Badía y Leblich, fue una importante
figura dentro de la historia de los servicios de inteligencia española. Desarrolló una labor
fundamental como espía en un intento de recuperar el favor de – o de impulsar una guerra en-
Marruecos, donde reinaba el sultán Muley Sulaymán.
Lo importante de este personaje no reside solo en la labor que ejerció tanto política
como científicamente, sino sobre todo en la que puso sobre la mesa tanto las cosas que unen
al imaginario español con la cultura oriental como aquellas que suponen una verdadera
frontera entre ambas.
Nacido en Cataluña, Domingo Badía recibió una formación autodidacta pero muy
completa, y no tardó en producir sus primeras obras literarias y en ejercer cargos
administrativos como lo había hecho su padre antes. En 1801 acabará presentando a Godoy
un proyecto de incursión a Marruecos, motivado probablemente por sus propios intereses
científicos. El valido se interesó por él desde un primer momento y, aunque fue rechazado por
la Real Academia de Historia, el proyecto consiguió salir adelante.
Así, Alí Bey comenzó su travesía, a lo largo de la cual fue describiendo regiones
enteras y aprendiendo sobre el mundo islámico a la par que se introducía en los círculos más
pudientes y poderosos con la intención de cumplir los objetivos políticos impuestos por
Godoy.
Su viaje se verá interrumpido en el cúlmen de su éxito, no está claro por qué. Pero
lejos de rendirse, Alí Bey comenzará una peregrinación a la Meca como cualquier musulmán
decente y noble, de la cual seguirá extrayendo numerosos datos que serán de gran interés para
la posterioridad. Más tarde acabaría bajo el servicio de Napoleón y Luis XVIII, mostrándose
como un fiel servidor del estado y la ciencia (tomasen la forma que tomasen) antes que a
cualquier otra institución.
Finalmente, y sin haber visto publicado su libro al español ni revelado su duplicidad
identitaria de forma clara, muere al volver a dirigirse a la Meca en una segunda expedición
durante la noche del 31 de agosto al 1 de septiembre de 1818 por causas desconocidas.
Su figura será ciertamente olvidada y exiliada, igual que él se vió obligado a hacer en
vida, al menos hasta que la Renaixença lo recupera dentro del marco de la reivindicación de
la lengua y cultura catalanas. No será, pues, hasta décadas después de su muerte que este
incansable viajero consiga el reconocimiento que le fue debido desde un primer momento.
Vida antes del viaje
Domingo Francisco Jorge Badía y Leblich nació el 1 de abril de 1767 en Barcelona,
hijo de Pedro y Catalina Lieblich, un aragonés y una belga respectivamente. Ese mismo año
se había firmado, el 19 de Febrero, el tratado de paz entre España y Marruecos. Antes de sus
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viajes Badía llegó a desempeñar algún cargo administrativo como hiciera su padre, y en 1793,
el futuro autor y su familia se trasladaron a la corte. Es posible que pasase tiempo en ciudades
andaluzas durante su infancia, despertando así su interés por el mundo oriental.
No se han encontrado documentaciones de su aprendizaje, y la mayoría de expertos
consideran probable que éste fuese autodidacta. Aún así, autoras como Patricia Almancegui –
destacada biógrafa suya – creem que sí llegó a cursar estudios superiores apoyándose en
algunas incongruencias en el propio relato de Badía.
En cualquier caso, fue un hombre de gran cultura que por cierto, controlaba
extremadamente bien el francés, lo que de nuevo hace pensar en la existencia de un maestro o
al menos en alguna estancia prolongada en Francia. De hecho, se cree bastante probable que
fuese a París para documentarse y preparar su primer viaje.
Sin embargo, fue probablemente esta falta de formación superior la que hizo que la
Real Academia de la Historia lo considerase un aficionado, llegando a recordarle incluso
proyectos pasados fallidos como su intento de globo aerostático como una especie de broma
cruel en alguna de las comunicaciones que Badía mantuvo con ella.
Se sabe que el 28 de noviembre de 1801 publicó un artículo en el Diario de Madrid
hablando ya de su proyecto de infiltración marroquí, lo cual es bastante torpe de cara a una
misión que al fin y al cabo, implicaba ir de incógnito.
Su faceta de espía no debe cegarnos: aportó y estudió con dedicación también los
campos de la física, botánica, matemática, astronomía, meteorología, geografía, literatura….
aparte de su labor política. Se sabe que escribió multitud de ensayos, memorias e incluso
textos referentes al teatro y la literatura, y posteriormente escribiría la Tragedia de Alí Bey,
dividida en cinco actos.
La aventura de Marruecos
El 8 de abril de 1801 presenta oficialmente a Godoy el “Plan de viaje a África con
objetivos políticos y científicos”, que a pesar de ser desestimado por la Real Academia de
Historia, será aprobado e impulsado por el valido. Se han encontrado en su diario listas de
libros con los cuales pretendía prepararse para su viaje, destacando el relato de un viajero
(Niebhur) que recorrió África adoptando sus costumbres locales.
Gracias al estudio de viajes musulmanes como el del scheriff Hadfee Abdallah y, tras
comparar sus resultados con los de los viajes europeos, llega a la conclusión de que debe
disfrazarse para realizar con éxito su misión. Los europeos se quedaban en los aspectos
superficiales del mundo oriental – en parte porque tampoco se les permitía ir más allá – y
describían experiencias de terceros, no directas. Como ejemplo podemos poner a Aristizábal,
que manifiesta recurrir a “informes” de otros porque “como testigo, no se puede hablar en
este punto” (Jaurès, 2020).
Así, los objetivos científicos del viaje cabe atribuirlos a Badía, mientras que los
políticos se los debemos a Godoy. Éste buscaba influir a las élites en favor de España, tanto
de cara a una posible paz como a una posible guerra.
Se nos presenta así la pregunta de por qué se eligió a Badía y no a algún experto con
más reconocimiento. Lo cierto es que la misión que planteó Badía llegó a finales del reinado
de Carlos IV, cuando se estaba dando una grave crisis de subsistencia en España. Aquí, el
grano era de gran importancia en la alimentación, pero al tensarse la relación con Marruecos
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el comercio y la llegada del grano se habían visto perjudicados. El sultán, Muley Sulaymán,
había retirado la protección marroquí a los buques españoles y les había impedido comprar
grano en sus puertos, por lo que tener un espía en su círculo de confianza le sería de gran
ayuda a Godoy tanto para restablecer la paz como para plantear la guerra.
Además, el comercio con Marruecos era importante para España también porque
permitiría al estado hacer frente al contrabando inglés, lo que supondría una ganancia de
hegemonía política de los españoles, que estaban siendo aguijoneados por varias potencias
que envidiaban su posición precisamente en este momento.
El 19 de junio de 1803 Alí Bey se dirigía ya a Tánger desde la seguridad y comodidad
de su disfraz de príncipe, “el orientalismo llevado a su versión última” (Rojas-Marcos Albert,
2016). Decía ser hijo de Othman Bey, un turco exiliado a Italia que acabaría por morir en
Córdoba, donde su supuesto hijo habría recibido la sucesión y desde donde partiría de cara a
Oriente en busca de su identidad como musulmán. Badía se metió tanto en el papel de Alí
Bey que llegó a circuncidarse para hacer más creíble la situación.
En Tánger, se sabe que fue incluido en los círculos más altos y refinados de la ciudad.
Llegó a introducirse en la esfera íntima del propio sultán y se le permitió así el uso de
símbolos destinados únicamente a los más poderosos.
De igual modo, se hizo con cierto poder religioso que sumó al político que ya tenía al
hacer la amistad con el máximo representante divino de la ciudad. Así, Alí Bey se convierte
de la noche a la mañana en una figura sumamente destacable dentro de Tánger y el propio
sultán le llegó a hacer grandes regalos como el del palacio de Semelalia. De todo esto sacó
información estratégica determinante el espía. Tal fue la importancia de sus estudios de este
momento, que el propio Napoleón más tarde intentará recuperar los escritos de Badía.
Existen dos versiones documentadas del viaje: la del libro, que cuenta el periplo de un
príncipe musulmán criado en Europa que buscaba “volver con los suyos”, y la de los
documentos del Ministerio de Estado. En ellos se manifiesta la intención de dar poder a Alí
Bey en vista a dirigir una posible rebelión contra el sultán. Sin embargo, en el momento
álgido Carlos IV paraliza el proyecto y Alí Bey se retira a Trípoli, comenzando su
peregrinación hacia la Meca como todo buen musulmán.
El viaje continúa tras la interrupción ordenada por Carlos IV y de Trípoli se dirige a
Alejandría, pero una tormenta lo obliga a detenerse en la isla de Chipre. Allí, será el primero
en recoger un estudio arqueológico serio, aportando una serie de descripciones muy valiosas.
Finalmente consigue entrar a la Meca y nos aporta una muy buena descripción de ella, así
como detalladísimas láminas de sus templos y de su ciudad. Si bien no era el primer cristiano
en estar allí, si fue el primero en documentar tan ejemplarmente su paso. Este camino será
imitado por viajeros posteriores como Richard Burton.
De la Meca se dirige hacia Jerusalén, donde describe el Haram. Construído sobre el
templo de Salomón, era otro de los lugares inaccesibles para los cristianos. Posteriormente
recorre lugares de la cristiandad célebres yendo de Damasco a Siria y de allí a
Constantinopla, acabando la narración de su obra con un capítulo titulado “Estado actual de
Turquía”.
Finaliza el libro con el supuesto editor, que no era otro que Domingo Badía, narrando
el final abrupto al que llegó el viaje de Alí Bey, quien acabó volviendo a entrar en Europa a
través de Bucarest. El trabajo del autor – o autores – finalmente llega a manos de Godoy,
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quien queda muy complacido y se deshace en alabanzas. Sin embargo, sucede en 1808 el
Motín de Aranjuez y su consiguiente pérdida de poder.
Sobre el libro y la logística de su primer viaje
El libro, que continúa sus descripciones, se escribió con gran sensibilidad poética y
talento literario. A lo largo de él podremos encontrar una visión general del viaje (exponiendo
su travesía por las ciudades más importantes del Imperio Otomano) pero también una visión
más local, enfocada a detalladas descripciones y anotaciones sobre política, sociedad,
economía y demás aspectos de lugares concretos que iba visitando, todo aquello acompañado
de dibujos y relieves.
Estos dibujos que acompañan el libro de Alí bey son especialmente destacables, y
podemos encontrar desde dibujos cartográficos a minuciosas descripciones de objetos
cotidianos, pasando por representaciones arquitectónicas como el alzado de la Masjid
al-Haram de la Meca.
Logísticamente, debemos establecer que los fondos que le enviaba Godoy a Alí Bey
eran enviados mediante amplias redes de intermediarios (figura 1) dirigidas a borrar los
rastros de ambos, en las que participaron personajes como Miguel de Larrea o Manuel de La
Torre. Gran cantidad de personas acabó interviniendo en la misión – no necesariamente como
intermediarias -, y todas ellas fueron dirigidas y se mantuvieron en contacto con Godoy,
creando el verdadero esquema de una red de espionaje centralizada.
A pesar de esto, podemos intuir a través de la documentación que era realmente Badía
quien dirigió a Godoy durante todo el proceso. El valido por su parte llegó a creer posible la
conquista de Marruecos y, en todo caso, confiaba plenamente en la valía y astucia de su
enviado.
En las cartas que se enviaban ambos se utilizaban diversos métodos de ocultación: por
ejemplo, era común que se insertasen varios discursos distintos en una misma carta a modo
de caja china, o que se cambiase el español por el hebreo. Asimismo, es bastante posible que
se utilizase tinta simpática. También se ha documentado el uso de sustitución esteganográfica,
es decir, sustitución del alfabeto por signos concretos.
Servicio a Francia y muerte
Domingo Badía acaba por encontrarse en Bayona con Napoleón, a cuyo servicio
Carlos IV le recomienda acogerse. Finalmente, acaba a las órdenes de José I, estableciéndose
definitivamente como afrancesado.
Es curioso anotar que durante este tiempo, Alí Bey seguirá vistiendo y comportándose
a la manera musulmana. Llega a París en 1812, y en 1814 publica la primera edición de su
libro titulada Voyages d’Ali Bey el Abbassi en Afrique et en Asie, pendant les années 1803,
1804, 1805, 1806 et 1807. Este libro contó con un total de tres volúmenes y fue acompañado
de un atlas con explicaciones de aquello que se era descrito.
En 1816 se publica la edición inglesa. Será en este mismo año en el que Badía decida
redactar una Constitución para Marruecos, todo esto cien años antes de que se establezca la
primera Constitución oficial del país, lo que dice mucho de lo adelantado que estaba el
pensamiento del autor a su tiempo y de la claridad de ideales políticos de la que gozaba.
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Aunque la primera misión de África le había dado credibilidad como espía, tuvo más,
como la que realizó en Alemania al servicio de José Bonaparte o la de África para Luis
XVIII. Firma con el nombre de Badía esta última memoria sobre la colonización de África
antes de su muerte, a partir de la cual podemos descifrar los últimos proyectos que tuvo en
mente. El 6 de enero de 1818 vuelve a salir de París con el nombre de Hayy ‘Ali Abu
‘Utman, que significa “peregrino, padre de Utman” (quien era un hijo que había dejado en
Marruecos).
Se dirige hacia Constantinopla, de donde pasa a Alepo y después emprende el trayecto
a Damasco. Pero a mitad de éste, dirigiéndose a la Meca, se pone enfermo de gravedad.
Finalmente, muere en la noche del 31 de agosto al 1 de septiembre de 1818 por causas
desconocidas. Se barajan posibilidades a su alrededor como la de un envenenamiento llevado
a cabo por inglaterra o el hecho de que la disentería le supusiese demasiado esfuerzo a un
cuerpo ya viejo y cansado.
Tras la edición inglesa, se habían publicado versiones del libro en italiano y alemán.
No será hasta la publicación de su libro en español, en una edición póstuma de 1836, que se
revele que Domingo Francisco Jorge Badía y Leblich y Alí Bey el Abbassí eran la misma
persona. Así, nuestro protagonista realizó exitosamente su misión hasta su muerte.
Esta edición, publicada en valencia, supone una reivindicación de la figura de Alí Bey
tras la muerte de Fernando VII, quien no apreciaba especialmente al autor. Su figura es
probablemente una de las que peor paradas han salido de nuestra historia en comparación a
las aportaciones realizadas: recibió demasiada ingratitud él, y muy poco reconocimiento su
obra.
Sin embargo, cabe destacar que ambos serán recuperadas por iniciativas como la
“Junta Alí Bey” y muy especialmente el movimiento cultural de la Renaixençá catalana, que
encontró en él otra reivindicación de la cultura y el ideal autóctonos que necesitaban en aquel
momento.
Orientalismo español. Fronteras
Lo primero que hay que establecer, antes incluso de comenzar a hablar de la vida y
obra en sí del personaje, es el contexto en el que se dieron ambas cosas. España parte desde
un punto radicalmente distinto que el resto de Europa cuando se trata de orientalismo, puesto
que históricamente se ha visto abocada a muchísimo más contacto con estas culturas que el
resto de países.
El Islam ha estado presente en nuestra cultura desde mucho antes de que el
romanticismo trajese el interés por lo exótico y lo desconocido a Europa. El Romanticismo,
un movimiento cultural marcado por la irracionalidad del siglo XIX, es muy posterior a lo
que podríamos considerar los orígenes de nuestro propio orientalismo. Éste podría decirse
que surge en los siglo XVI y XVII, con la idealización y el romance de la “guerra contra el
moro”.
El Islam ha tocado España como a ninguna otra, y personajes como el extranjero
Rubén Darío – tan fascinado por y a la vez representativo del exotismo – han llegado a
describir sitios tales como Córdoba, Sevilla o Granada como el “paraíso moro”, dando de
ellos en sus páginas una imagen que nada tiene que envidiarles a las descripciones de sitios
verdaderamente orientales.
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Uno de los mayores legados que nos ha dejado Alí Bey es el establecimiento de la
relatividad de las fronteras: no solo debemos fijarnos en las más inmediatas (las políticas, las
geográficas, las económicas) sino también en las culturales y religiosas. Establecer estas
fronteras será lo que nos ayude a discernir tanto lo que nos une como lo que nos separa de
Oriente y el Islam, y en ambos casos el resultado de este discernimiento es sorprendente.
O al menos así sucedió en el caso de Alí Bey; es él mismo quien nos habla, en sus
crónicas, de una increíble diferencia entre su lugar de origen y aquel al que se dirige. Repite
una y otra vez lo fascinante e innovador que le resulta todo aquello que ve, poniendo
ejemplos como las diferentes concepciones religiosas de la limosna para evidenciar las
distancias culturales existentes entre Marruecos y España.
Sin embargo, a lo largo de su obra también podemos apreciar cómo va interesándose
cada vez más por aspectos de la cultura e incluso religión en la que se encuentra, siendo que
podemos afirmar que al llegar a la Meca en 1807 “tenía menos de cristiano que de musulmán
cuando entró” (Mimo Lladós, 2012).
Carácter y visiones político – religiosas del autor
Alejado del irracionalismo del Romanticismo en el cual se encuadra el orientalismo,
el Domingo Badía que conocemos hizo gala de gran precisión científica y minuciosidad en
sus descripciones, a pesar de lo mucho que se ha hablado de la supuesta falsedad de sus
informes. Badía, a pesar de abrazar con entusiasmo lo que tenía de fantasioso y romántico su
personaje, era ante todo un hombre ilustrado y afrancesado, que creía que el mundo debía
funcionar sobre ejes racionales y que buscaba dedicar su vida a instruirse, investigar y
descubrir nuevas facetas del mundo.
Lo único que evitó Badía describir tan prolijamente como hizo con los demás datos de
su viaje fueron sus relaciones con Godoy (por motivos obvios, se trataba de secretos de
estado) y las relaciones carnales que mantuvo con otras mujeres durante su aventura por
respeto a la esposa que dejó en España.
Políticamente, aunque es cierto que se muestra agradecido con sus protectores, no es
posible encuadrar a Badía como un fanático de ninguna patria, nación o religión. Si bien es
cierto que es agradecido con sus protectores y cumple los objetivos que éstos le piden, es un
error incurrir en el error de considerarlo, por ejemplo, un gran patriota español. Esta idea, la
de mostrar al valiente espía como precursor del colonialismo africanista, fue introducida al
público general en 1940 por escritores franquistas entre los que destaca su biógrafo Augusto
Casas.
Pero tan error es encuadrarlo dentro de un nacionalismo como encerrarlo en otro; si
bien es cierto que la Renaixença recuperó la figura del escritor y trató de darle el sitio en la
historia que merecía, no lo hizo de gratis. El movimiento cultural reivindicó la catalanidad de
Domingo Badía como si el que hubiese nacido en Cataluña fuese algo más que una mera
coincidencia: de padre catalán y madre belga, habiendo pasado muy pocos años realmente
viviendo en la Ciudad Condal, es fácil llegar a la conclusión que ésta no ejerció realmente un
gran impacto en la formación de su personalidad e ideales más allá de lo que las vivencias en
toda gran ciudad pueden hacerlo. Domingo Badía, a pesar de muchos, no contaba con una
identidad catalana como tal.
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Aún en el marco político, y aunque llegó a trabajar por ejemplo para el monarca Luis
XVIII, Badía se lamenta repetidamente, y acorde con el estilo de cualquier ilustrado, no solo
de los desastres del Antiguo Régimen Europeo sino también de la tiranía imperante en
Marruecos. Es antes que nada un hombre que defiende la libertad, igualdad y fraternidad –
hasta cierto punto -, fácilmente encuadrable dentro de la definición de afrancesado. Incluso a
la hora de desarrollar sus objetivos políticos no lo hace únicamente con la intención de
favorecer a la nación que lo patrocina, que también, sino sobre todo buscando alguna mejora
sustancial de lo que él considera políticas socioeconómicas injustas e irracionales.
En cuanto al ámbito religioso, es dicho en términos generales que Badía fue el primer
cristiano en conseguir entrar a la Meca. Dejando de lado el hecho de que personajes como
Pêro da Covilha y Alonso de Pavía ya la pisasen en 1488 – entre otros como Ludovico
Vertomano en 1503 y Joseph Pitts, tras su conversión forzada, en 1680 – , catalogarlo como
cristiano es quizá una afirmación demasiado aventurada.
Al igual que no debía una lealtad excesiva a su patria, no la debía a su dios: era sabido
que alguna vez se le había acusado de impío (Mimo lladós, 2012) y, en cualquier caso, es
bastante probable que experimentase una lenta conversión al islam. Esto es sugerido por
autores como Alberto López Bargados, que se apoyan en el creciente interés que deja
entrever Badía en su obra al respecto de los fundamentos de la fe islámica. Trata bastantes
cuestiones importantes a ese respecto, y se posiciona a favor de corrientes como el uahabismo
frente a otras como el marabutismo.
Por último cabe destacar un cierto desdoblamiento de su personalidad, tratando
aquello que escribió como Alí Bey como producto ajeno mientras “ejercía” como Domingo
Badía. Así, no retoca apenas el texto antes de publicarlo: es un texto inmediato y no hecho de
memorias.
Aún así, las personalidades no se separan del todo y podemos encontrar en el texto de
Alí Bey muestras de la existencia de Domingo Badía en errores como el de referirse a
“nuestras comarcas de Levante”. En este sentido es curiosa su firma como “B.”, que deja
ciertamente en el aire la cuestión de si pretendía firmar como Alí Bey o como Domingo
Badía y Lieblich.
Conclusión
Es innegable que el relato de Badía y todo lo que envolvió su periplo por Marruecos,
siendo de un tono marcadamente aventurero y exótico, influyó de manera determinante en el
orientalismo que cobró fuerza a lo largo del siglo XIX.
Al respecto de la figura de Domingo Badía y de su vida se han ido creando y
deshaciendo variedad de conjeturas, probablemente alimentadas por las grandes lagunas de
documentación que nos encontramos a la hora de investigarlas.
Es tan o más perjudicial alabar y apropiarse del autor y su obra como desprestigiarlo a
consciencia. Domingo Badía es considerado el pionero español del orientalismo y un
indiscutible referente en cuanto a viajes de peregrinación. Estamos pues ante una figura
estrella dentro de la historia de España tanto por su gran cultura como por el servicio prestado
a ella. Dicho servicio va más allá del simple espionaje o la recopilación de datos: Badía
enseñó a España, y al mundo en general, que las fronteras nunca son tan rígidas como puedan
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parecer en un primer momento. Fue, en resumen, un hombre capaz de maravillarse y hacer
propia la diferencia prácticamente tanto como lo fue de aprovecharla.
Anexo de imágenes
Figura 1. Esquema de participantes en la red de espionaje (Jaurès, 2020)
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